La Europa de las 32 horas: Trabajar menos para trabajar mejor

Desde que Robert Owen formulara en 1817 el famoso lema 8 horas de trabajo, 8 horas de ocio, 8 horas de descanso, la reducción del tiempo de trabajo ha sido una de las principales líneas de actuación del movimiento obrero y sindical.

España fue pionera en Europa en la aplicación de la jornada de 8 horas, en 1919, tras la huelga de la central eléctrica «La Canadiense», en Barcelona. Ese mismo año la Organización Internacional del Trabajo (OIT) establecía un máximo de 8 horas por día y 48 horas semanales. Las razones que motivaron esta reducción del tiempo de trabajo en el siglo pasado siguen vigentes hoy, pues la medida se adoptó por la necesidad de repartir el empleo durante la gran crisis de la Gran Depresión.

Estos inicios podrían vislumbrar una tendencia lineal de reducción del tiempo de trabajo progresiva hasta nuestros días, sin embargo, desde el final de la II Guerra Mundial, en los últimos 70 años, ningún país ha logrado reducir la jornada legal más de 10 horas . Esto demuestra que la reducción de la jornada laboral no está directamente ligada al funcionamiento económico, puesto que el crecimiento de la producción y la productividad en estos últimos 70 años ha sido muy importante. Depende más de la configuración política y social que de causas técnicas asociadas a la economía.

Keynes llegó a vaticinar que en 2030 el desarrollo económico permitiría satisfacer nuestras necesidades esenciales trabajando solo tres horas al día (15 horas semanales). Lejos de cumplirse el pronóstico, en el siglo XXI no se ha logrado rebajar en la mayoría de regiones del mundo el límite fijado por ley de las 40 horas semanales, más allá de algunos ejemplos en países europeos como Francia, Suiza o Alemania, donde establecen un tope de 35.

El problema para avanzar aparece en la década de los ochenta debido a la extensión de las jornadas laborales y al establecimiento de horarios flexibles y atípicos, derivado de presiones antisindicalistas, y de un nuevo modelo laboral que conlleva mayores exigencias de disponibilidad y tiempo de trabajo para las personas trabajadoras. Hablamos también de la precariedad y de sus formas más severas, que sigue muy presente en nuestros días, y que motivó que, en España, en el 2019 se trabajara 38 horas más que en 1990. Hasta ahora, ha sido el único período de los últimos 170 años en los que el tiempo de trabajo no ha disminuido.

Contrariamente a la revolución industrial, podemos constatar que la revolución digital en la que estamos inmersos desde el año 2000, con las nuevas iniciativas tecnológicas y organizativas que ayudan a acortar el tiempo del trabajo, no ha repercutido en la reducción de la jornada. Además, está suponiendo en muchos casos la sustitución directa del trabajador por máquinas, con la consiguiente pérdida o destrucción de empleo físico.

La reducción de jornada en el conjunto de la Unión Europea debe tener un papel relevante en la creación de empleo. Para que pueda ser eficaz, el empleo que se cree debe ser estable y de calidad, lo que exige además medidas que erradiquen la precariedad laboral de nuestros mercados laborales actuales. Resulta imprescindible realizar modificaciones en la legislación laboral para garantizar un trabajo digno haciendo efectiva la máxima de trabajar menos para trabajar todo el mundo. La redistribución del empleo es el mejor método posible para acabar con el elevado desempleo estructural que sufre España desde hace décadas, muy por encima de la media europea, un problema que ni el crecimiento económico ni las ganancias de productividad experimentadas han conseguido resolver. Además, la reducción de la jornada de trabajo permitiría ofrecer una salida a la crisis económica y social actual y va ligada a derechos sobre los que ya existe un compromiso y consenso político de ámbito europeo (ODS, pilar social europeo). Ahora es el momento idóneo para impulsar cambios que garanticen la reducción de la jornada de trabajo. Y así lo estamos haciendo desde UGT.

Se pueden plantear distintas fórmulas dirigidas a reducir el tiempo de trabajo. La que se está abriendo paso con mayor fuerza es la jornada laboral de 32 horas semanales. Pero no sólo esa medida podría conducir a una reducción del tiempo de trabajo. Para que pueda ser eficaz, es necesario poner sobre la mesa en paralelo el debate de las horas extraordinarias, que hacen que países como Francia —uno de los pocos que presenta una jornada de 35 horas— acaben superando el límite de las 40 horas, una cifra que, contabilizando las horas extras, sobrepasan a la mayoría de los países en jornadas a tiempo completo. Esto pone de manifiesto la necesidad de apostar por una reducción ambiciosa del tiempo de trabajo, limitando la exigencia de presencialidad y flexibilidad a fin de erradicar la precariedad laboral.

La jornada parcial, lejos de ser una solución para reducir el tiempo de trabajo, como se puede ver en los Países Bajos, habitualmente se asocia a salarios reducidos ya formas de subempleo. La distribución del empleo resultante de una reducción del tiempo de trabajo debe servir también para eliminar el problema del empleo parcial forzoso y hacer posible el acceso a contratos a jornada completa a quien así lo desee.

La jornada laboral semanal de 32 horas -sin incidir a la baja en el número total de horas trabajadas por la creación paralela de nuevos puestos de trabajo ni en la transformación de contratos de jornada parcial a tiempo completo- serviría para combatir problemas del mercado de trabajo como el subempleo derivado de la tasa de parcialidad involuntaria, el alto volumen de horas extras no pagadas o las desigualdades de género asociadas a los problemas existentes para la conciliación.

Los primeros ensayos de reducción de jornada datan de 1998 en Nueva Zelanda, Alemania o Suecia. Sin embargo, ninguno de ellos ha supuesto un cambio en el código de trabajo y, una vez terminados los períodos de prueba, las personas ocupadas han vuelto a sus anteriores horarios. Éste no es el objetivo para UGT; para avanzar en derechos necesitamos una reducción de la jornada legal a 32 horas, sin reducción de salario. Ahora son muchos los países que están impulsando la jornada laboral de 32 horas semanales, a través de ambiciosos proyectos piloto, frente a la necesidad de crear nuevos puestos de trabajo para afrontar los retos de la digitalización y la crisis climática.

El foco está puesto sobre proyectos piloto como el inglés, que contó con la participación de 61 empresas británicas y más de 3.300 empleados y después del cual 56 de las empresas, el 92%, decidieron continuar con la jornada laboral de 32 horas . En la prueba, los empleados siguieron el «modelo 100:80:100»: el 100% del salario durante el 80% del tiempo, a cambio del compromiso de mantener al menos el 100% de productividad. Todas las experiencias piloto están demostrando que los salarios se pueden y deben mantenerse porque en la práctica la productividad de la empresa no disminuye, por el contrario, se ve favorecida por la sinergia positiva que supone el contar con trabajadores y trabajadoras más motivados, con mayor calidad de vida, conciliación y una mejora evidente en la salud.

Pero mientras países como España, Portugal, Irlanda o Escocia se encuentran ahora en fase de lanzamiento de proyectos, en otros países pioneros, como Islandia, es posible ver los resultados aplicados ya en el mercado laboral. Así, la puesta en marcha del proyecto piloto más importante hasta la fecha, entre 2015 y 2019, ha dado lugar a un cambio significativo, en el que casi el 90% de la población activa tiene ahora un horario reducido u otras adaptaciones.

Especialmente significativo es el caso de Alemania con su gran sector industrial, que tiene una de las semanas laborales más cortas de Europa, 34,2 horas semanales, y en la que actualmente los sindicatos alemanes están planteando reducciones de la jornada, lo que los situaría de facto en las 32 horas.

Sin embargo, no todo son experiencias positivas. Es el caso de Bélgica. En febrero del pasado año, la población belga ganó el derecho a trabajar una semana laboral de cuatro días, en lugar de los cinco habituales, sin pérdida de salario. Esto, sin embargo, no significa que trabajen menos: simplemente, condensarán su jornada laboral en menos días. Trabajar de media 10 horas diarias no es ningún ejemplo a seguir, ni puede repercutir de forma beneficiosa en la salud y bienestar de las personas, todo lo contrario.

Finalmente, el Parlamento Europeo desarrollará un ambicioso proyecto, a través de Eurofound, impulsado por UGT, que le situó ya en la Conferencia para el Futuro de Europa como medida para hacer efectivo el pilar social europeo. Esto podría abrir el debate parlamentario de la reducción legal de la jornada que necesitamos. Quizás el futuro de progreso y bienestar para la gente trabajadora no quede tan lejos. Lo conseguiremos.

Fuente: “Les Notícies” de Llengua i Treball

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *